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martes, 27 de diciembre de 2011

La boda de mi mejor amiga


Los seguidores del programa Saturday Night Live seguramente reconocerán a la actriz norteamericana Kristen Wiig, quien en su debut como protagónica en La boda de mi mejor amiga (Bridesmaids, EUA, 2011), que ahora comentamos, ha sido encumbrada por la crítica como la “nuevareina de la comedia”.
Entusiasmos aparte, quienes hayan visto este año Paul, la historia del extrovertido alienígena que escapa del gobierno de los Estados Unidos, tuvieron oportunidad de disfrutar con su interpretación de una protestante fanatizada que después de descubrir la falsedad de su fe desarrolla un lenguaje muy florido.
Para más antecedentes, La boda de mi mejor amiga representa un giro hacia los temas femeninos en la trayectoria del director y guionista Judd Apatow, responsable de exitosas cintas como Virgen a los 40 y Súper cool, protagonizadas por hombres. En esta ocasión sólo participa como productor, mientras que la dirección recae en Paul Feig, con una amplia trayectoria en series televisivas como The Office, Weeds y Mad Men. El guión ha sido escrito por la misma Kristen Wiig y una de sus colaboradoras, Annie Mumolo, quien por cierto tiene un breve papel en la película como una mujer con miedo patológico a volar y que además asegura tener sueños premonitorios. Pero vamos por partes.
La boda de mi mejor amiga cuenta la historia de Annie Walker, empleada de mostrador de una joyería desde que tuvo que cerrar su tienda de pasteles por problemas económicos. Un día, su mejor amiga, Lillian (Maya Rudolph), le dice que va a casarse y que quiere que Annie sea su dama de honor, lo cual implica planear la boda, con todas las complicaciones y dinero que eso implica, sobre todo cuando se trata de una modesta empleada que tiene que compartir departamento con una pareja de hermanos gordos albinos que se bañan juntos en la tina.
Sin embargo la nueva amiga de Lillian, Helen (Rose Byrne) de verdad quiere ser la dama de honor y hará todo lo posible por ganarle el puesto a Annie quien, desde luego, resulta ser un desastre como organizadora.
Jordi Costa, crítico cinematográfico del diario español El País, escribe que acerca de lo mucho que hacía falta una actriz cómica como Wiig, después del arquetipo de la “payasa sexy, inmortalizado con admirable entrega por Cameron Diaz” (edición del 12/08/2011).
Es decir, Wiig es una mujer común, para nada una rubia despampanante que confunde la libertad con el libertinaje. Y precisamente parte de sus problemas se deriva de eso, de no ser una belleza, como cuando su némesis, Helen, se burla de su forma de vestir en la fiesta: “¿Vienes del trabajo?”. Así, la belleza vulnerada será una clave del humor, como cuando la bonita llora y se ve fea, aunque lo niegue.   
Helen y Lillian son amigas de toda la vida y la película no sólo se ocupa de afirmar lo anterior sino de mostrarlo: las chicas “asisten” a una clase muy especial para ponerse en forma y tienen una complicidad insuperable, como en esa escena en la cual cantan, bailan y hacen la mímica de “Hold On”, del grupo norteamericano Wilson Phillips. Maya Rudolph ya había dejado constancia de su capacidad en películas como El mejor lugar del mundo (Away We Go).
Mención aparte para Melissa McCarthy, la cocinera gorda de Las chicas Gilmore, toda amor y ternura, ahora todo lo contrario: no es que sea malvada, es que es una reivindicadora de la violencia y del sexo casual.
Igual de brillante está Rose Byrne, quien empezó con papeles de niña bonita en películas como Troya (donde interpreta a Briseida, secuestrada por Aquiles-Brad Pitt). En los últimos la actriz ha protagonizado un resurgimiento y su papel en La boda de mi mejor amiga comprueba su valía. 
Otras apariciones, como la de Jon Hamm, de Mad Med, también son dignas de mencionarse, aunque el papel de patán acaudalado resultará más efectivo entre quienes conozcan a este actor.
Sin embargo, no hay que perder de vista que el sostén de la película es Wiigs, con su elogio de la dignidad de la mujer que según la sociedad ha fracasado y cuyo mejor aliado es un humor a prueba de cualquier boda. 

 

sábado, 17 de diciembre de 2011

Pearl Jam vive


El relato del ascenso meteórico así como su posterior conflicto con la industria, para terminar convertido en un grupo de rock sobreviviente, a veces atrapado en la nostalgia noventera, lejano a la innovación aunque con un sonido personal y una dignidad difícil de alcanzar por otros grupos de aquellos años (véase el patético caso de Guns N’ Roses) es el tema de Pearl Jam Twenty (EUA, 2011), documental de Cameron Crowe acerca del conocido grupo norteamericano de rock alternativo.
Así, el espectador asiste a la gestación del sonido de la banda a partir de las cenizas de otro grupo, Mother Love Bone, cuyo cantante, un extrovertido Andrew Wood, enamorado de la idea del estrellato, fallece trágicamente cuando el grupo estaba en franco desarrollo. Crowe acierta al plantear una de las principales ironías del grupo: el contraste entre la personalidad de Wood y la del nuevo cantante, Eddie Vedder, quien aborrece la frivolidad de la industria.
A continuación, Pearl Jam se volverá uno de los emblemas del llamado grunge, el sonido de la ciudad de Seattle, Washington, cuyos exponentes marcaron la década de los noventas: Soundgarden, Alice in Chains, Screaming Trees y, sobre todo, Nirvana.
Como tantos otros grupos, la banda tiene un sino trágico, como hemos explicado, sólo que la película además nos muestra la vida cotidiana de sus integrantes, su pasión y su sentido del humor, así como su compromiso político (a veces con causas aberrantes, hay que decirlo, como en elcaso del delirio tibetano). Cuando la banda da un concierto en la NASA y es abucheada por criticar al presidente George W. Bush queda patente la complejidad de la sociedad estadounidense de la cual Pearl Jam forma parte.
El director de Pearl Jam Twenty, el norteamericano Cameron Crowe, siempre ha estado relacionado con el rock, desde sus inicios como periodista o bien con sus películas Solteros y la autobiográfica Casi famosos. Crowe ganó fama con una comedia romántica muy sobrevalorada, Jerry Maguire (1996), protagonizada por Tom Cruise, quien también actuaría en otro de sus proyectos, Vanilla Sky, reelaboración hollywoodense de la cinta española de ciencia ficción Abre los ojos.
Después de su debut Un gran amor (Say Anything…), en 1989, comedia romántica acerca del amor entre dos jóvenes, acaso Crowe se extravió en la penosa tarea de complacer el ego de Tom Cruise, aunque su retrato de la vida de las groupies setenteras en Casi famosos recupera la habilidad que había mostrado para retratar la locura y la solidaridad de los círculos de amigos unidos por la música. 
A pesar de tener una trayectoria bastante amplia, la gran reivindicación de Crowe como director llega con el estreno de Pearl Jam Twenty. Si en Casi famosos nos muestra la intimidad de una banda apócrifa, Stillwater, ahora toca hacer lo mismo pero con una verdadera agrupación, capaz de salvarse de sí misma para contar su historia desde la sobriedad y también a veces el desencanto ocasional de la aventura.
Con honestidad, el grupo describe el impacto que supuso la llegada de Eddie Vedder al grupo: Stone Gossard, guitarrista y compositor, hasta entonces cabecilla de la banda, confiesa cómo Vedder asumió el liderazgo gracias a su talento. Sin embargo, al mismo tiempo hubo que aprender a vivir con la repugnancia de Vedder hacia la fama, lo cual les ocasionó no pocos problemas de organización.
Lo anterior se complementa con el pleito que el grupo sostuvo con la empresa organizadora de conciertos Ticketmaster, a la cual acusaron de prácticas monopólicas (finalmente tuvieron que ceder ante ella). O la renuencia a grabar videos musicales. Por eso no es de extrañar que el grupo, a pesar de mantener numerosos fans incondicionales por todo el orbe, haya dejado de tener la fama o la influencia de otros años: simplemente se negaron, por las razones que sea, a seguir al pie de la letra el juego de la industria y ahora asumen las consecuencias.
A algunos les parecerá auténtica la renuencia de Vedder a lidiar con los reflectores (a nosotros nos parece una pose a veces muy penosa). Lo cierto es que el documental no hace apología de eso, sólo se limita a mostrar a la banda con sus genialidades y sus no pocas contradicciones. “I’mstill alive”, como dice la canción central de la cinta. De lo mejor del año.

martes, 13 de diciembre de 2011

La boda del fin del mundo


En 1998, los grandes estudios cinematográficos dieron muestra de su sentido de la oportunidad cuando aprovecharon la paranoia alrededor del cambio de siglo con el estreno de un par de películas acerca del fin del mundo, comerciales donde las haya: Armaggedon e Impacto profundo. En ambas, un meteoro gigantesco amenazaba con impactarse con la Tierra, con las consecuencias de rigor.
Dotadas de efectos especiales impecables y de una concepción más bien delirante de la ciencia, ambas más bien eran dramas sin mayores pretensiones y que apenas se salvaban de la rutina del cine de desastres, que cada cierto tiempo la industria se encarga de revisitar con mayor o menor fortuna, como decíamos hace unas semanas en este mismo espacio a propósito de Contagio.
Tampoco parece casual que este año dos de las películas que competían por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, El árbol de la vida, de Terrence Malick (que ya hemos comentado) y la que ahora  nos ocupa, Melancolía (Melancholia, Dinamarca| Suecia| Francia| Alemania, 2011), de Lars von Trier, compartan esas imágenes del cosmos y nuestro planeta ambientadas con música clásica, Wagner en el caso de este último.
El drama de nuestros tiempos parece estar interesado en resaltar la escala “cosmológica” desde la cual hay que interpretar las vidas de sus personajes, ciertamente empequeñecidos al lado de la grandeza imprevisible del espacio exterior, como ocurre en otras películas de las cuales nos hemos ocupado este año, como la estupenda Another Earth.
Melancolía cuenta la historia de dos hermanas, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), con motivo de la accidentada boda de la primera, quien parece tener un problema psicológico. Eso o es clarividente. Ya desde las primeras secuencias, vemos que un planeta gigantesco se aproxima peligrosamente a la Tierra. La segunda parte de la película nos informa de las consecuencias que provocará ese misterioso planeta, llamado precisamente Melancolía.
A lo largo de su filmografía, el director danés Lars von Trier se ha encargado de forjar una trayectoria a medio camino entre la innovación en terrenos dramáticos y la extravagancia, como lo evidencian cintas como Rompiendo las olas (1996), el musical Bailando en la oscuridad o bien el juego entre la apariencia y la verdad de Dogville. O el cine de “terror” en Anticristo.
En todas las anteriores, además, se cumple una de las constantes de su cine: la presencia de una mujer que se enfrenta a la violencia de una sociedad hostil, a veces de forma fatal. En Melancolía se regresa al tema de la mujer enloquecida aunque visionaria, como en Rompiendo las olas o Anticristo, ahora en el contexto de una familia acaudalada y destruida, completamente insolidaria, capaz del glamur más acabado pero incapaz de apoyarse, ni siquiera en la víspera del aparente fin del mundo.
Así, von Trier recupera un ambiente, la familia corrupta, que ya había explorado en La celebración (1998) otro director danés ThomasVinterberg, compañero de von Trier en la promoción de cineastas “de vanguardia” Dogma 95.
Las escenas oníricas del inicio, filmadas en cámara lenta, ceden el paso a unas imágenes más “documentales”, con cortes bruscos de edición, la crónica de la boda y la amenaza del desastre. También en Bailando en la oscuridad había más de un tratamiento visual, para diferenciar entre la vida cotidiana del personaje interpretado por Björk y sus fantasías musicales. Como se recordará, también en Anticristo hay una obertura con música clásica, con una escena filmada en blanco y negro y cámara lenta.
Con su actuación, premiada en el Festival de Cannes, Kirsten Dunst consigue mostrar la evolución de su personaje, atrapado entre la dulzura, la depresión y arrebatos de lucidez. El gran acierto de la película es mostrar los efectos de una hecatombe exclusivamente en una familia acomodada, al contrario de lo que ocurre en el cine de desastres, que trata de abarcar personajes de todas las clases sociales y culturas. Con ironía, la cinta parece subrayar que tal vez lo mejor sea el fin, ante un conjunto de personajes tan retorcido.
Mucho mejor que Anticristo, que nunca se define con certeza para salir al paso de su ambición, Melancolía conjuga ese afán experimental que siempre ha distinguido a von Trier de una forma mucho más eficaz, a salvo de sus bien conocidas y no siempre bien coronadas pretensiones. 

sábado, 3 de diciembre de 2011

La civilización está de sobra


El director franco-polaco Roman Polanski es un referente del cine desde los sesentas, con películas en las cuales ha explorado con libertad diferentes géneros, como el terror en Repulsión, El bebe de Rosemary y El inquilino, la adaptación especialmente sangrienta de un clásico de Shakespeare en Macbeth, la resurrección del cine negro en Barrio Chino, el suspenso de la conspiración internacional en Búsqueda frenética y El escritor fantasma, así como el pormenorizado drama del holocausto y la sobrevivencia en El pianista.
Acaso el común denominador de varias de sus películas sea la crueldad con la cual somete a sus personajes a una tortura real o imaginaria, ya sea física o psicológica, a veces a lo largo de años, como en la historia de ese matrimonio destructivo en Luna amarga.
En la citada El escritor fantasma, con el retrato de un político mediocre y su esposa, el matrimonio fallido como la antítesis de la convivencia de nuevo cobra un papel relevante, asunto en el cual se insiste en su nueva película, Un dios salvaje (Carnage, Francia| Alemania| Polonia, 2011), inspirada en la obra de teatro de la dramaturga francesa Yasmina Reza, quien además firma el guión al lado de Polanski. No es la primera ver que Polanski acomete la versión de un texto teatral, como lo prueba La muerte y la doncella, originalmente una obra de Ariel Dorfman.
Sin embargo, esta vez el tono no alcanza las cuotas de tragedia de ésta o de Luna amarga, porque estamos ante una comedia negra en la cual la única forma de salvarse es por medio del cinismo y la aceptación explícita de la insolidaridad, la premisa de la cinta. Una comedia, sí, a pesar de que algunos de los personajes no le encuentren la más mínima gracia.
En la primera escena de la cinta vemos la discusión entre dos adolescentes, que termina cuando uno de ellos golpea violentamente al otro. Así, el matrimonio formado por Michael (John C. Reilly) y Penélope Longstreet (Jodie Foster), padres del agredido, recibe en su casa a Nancy (Kate Winslet) y Alan Cowan (Christoph Waltz), los padres del agresor, para discutir civilizadamente acerca de la pelea que han tenido sus hijos. Al menos esa es la intención, porque pronto las cosas se descontrolan con hilarantes resultados.
La comedia no es inédita en la carrera de Polanski, quien con La danza de los vampiros ya había tenido una incursión en estos asuntos, además de que en sus películas siempre ha estado presente el sentido del humor mordaz que, como decíamos antes, en esta ocasión alcanza el culmen.
En lo anterior tiene mucho que ver la presencia de un elenco de primera, en el cual destaca el austriaco Waltz, quien ya había ganado notoriedad con una de sus anteriores películas, Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, en la cual interpretaba a un despiadado oficial nazi.
El guión se las ingenia para que los Cowan no puedan abandonar la casa de sus anfitriones a la fuerza, a pesar de que la cita aparentemente es un mero trámite para que los vástagos hagan las paces. Sin embargo, en el camino son muchas las cosas que se tambalean para ambos matrimonios, sobre todo en lo que respecta a las ideas de uno de los personajes, defensora a ultranza del diálogo, porque el dios carnicero del título original lucha por imponerse a la hora en que los “ciudadanos del mundo” tratan de llegar a un acuerdo. Las relaciones entre las personas son dialécticas, lo demás es música celestial, ha dicho con fortuna el filósofo español Gustavo Bueno.
La película de Polanski pone de manifiesto el débil entramado de refinamiento que constituye el gusto por el arte contemporáneo y otros tantos hábitos del mundo actual, que en la película son mostrados ya no como una forma de redimir a los cultos, sino como simples pretextos para la pretensión sin más fruto que el hastío del vulgo.
Al mismo tiempo, como en el cine de Woody Allen, las clases privilegiadas neoyorquinas son mostradas como un conjunto de neuróticos que sólo necesitan un empujón para hacer al lado sus modales. Si la educación es una mera careta y los padres exhiben el mismo descontrol de los hijos sólo queda concluir que cada uno queda abandonado a su suerte y a su nihilismo.


Una Tierra no basta

En la trilogía formada por Amores perros, 21 gramos y Babel, del director Alejandro González Iñárritu y el escritor Guillermo Arriaga, asistimos a la organización de la historia por medio del choque automovilístico, la forma en la cual personajes de clases sociales muy disímbolas pueden encontrarse, si bien de forma más que brutal.
Algo parecido ocurre en Another Earth (EUA, 2011), de Mike Cahill, estrenada en España en el Festival de Sitges, donde la protagonista, Brit Marling, también productora y guionista, fue galardonada con el Premio a la Mejor actriz. En Sundance, la cinta recibió el Premio Alfred P. Sloan, que se entrega a una película relacionada con la ciencia o que tenga a un ingeniero o matemático como personaje.
La película cuenta la historia de la relación entre una estudiante, Rhoda (Marling) y un músico, John Burroughs (William Mapother), quienes se encuentran accidentalmente la noche en que se descubre un nuevo planeta, mismo que resulta ser una réplica del nuestro. Burroughs no sabe que esa joven que años más tarde toca a su puerta y con quien desarrolla una amistad es la culpable de que su vida haya cambiado de forma tan radical. La película estará modulada por el suspenso alrededor del secreto de Rhoda y la presencia cada vez más imponente de la ahora llamada Tierra 2, “otra Tierra”.
Como comentábamos a propósito de otras películas exhibidas en Sitges 2011, en Another Earth el llamado cine de género, en este caso la ciencia ficción, sirve como medio para darle mayor profundidad a una anécdota que tiene mucho de trágica, porque enfatiza el valor de la vida de las personas, insustituibles. Ese es el dolor de los personajes.
¿Pero qué pasa cuando se descubre que una copia (o el original, no se sabe) del planeta entero, con sus ciudades y sus habitantes, flota en el espacio frente a los ojos de cualquiera? Luego se plantea la posibilidad de un viaje para explorar Tierra 2. Es decir, la presencia del nuevo planeta no es una mera extravagancia que sirva como pretexto para el lucimiento de efectos especiales, sino una forma de hacer que un drama construido con una materia habitual de pronto se encuentre alterado con una anomalía.  
En Solaris (1972), el cineasta ruso Andrei Tarkovski adaptó la novela de Stanislaw Lem del mismo nombre para contar la historia de un planeta acuoso capaz de duplicar a las personas. El doble, uno de los temas centrales de la fantasía y de la ciencia ficción, está en el centro de Solaris y también de Another Earth. O bien de otra película, la inglesa Más allá del sol (Doppelgänger/ Journey to the Far Side of the Sun, 1969), de Robert Parrish, que también tiene un argumento semejante.
El interés por los extraterrestres con frecuencia se reivindica como una forma incomprendida de la pasión científica. Sin embargo, como se explica en la teoría religiosa del filósofo español Gustavo Bueno, los ufólogos en realidad fomentan una especie de religión, una en la cual la ruta para salvarse ya no pasa por expiación de los pecados por medio de la penitencia y el arrepentimiento, sino mediante el paseo sideral al lado de humanoides con ojos gigantescos. Es decir, quien cree en extraterrestres en realidad es prosélito de una secta delirante.
En Another Earth la nueva Tierra que adorna el cielo se vuelve la realización de una segunda oportunidad, ya no como un cielo poblado por ángeles sino como otra dimensión que por una razón desconocida ha coincidido con la nuestra, como explica elcrítico norteamericano Roger Eberten su comentario acerca de esta cinta.
El nuevo planeta, como no puede ser de otra forma, cambiará la vida de la Tierra, de la misma manera que el descubrimiento de América modificó la vida en el Viejo Mundo. Pero ahora lo que cambia es el significado de la muerte, porque el “Más allá” ahora está suspendido en el cielo. La tragedia queda suspendida, como si hubiera que reescribirla.
Another Earth es sin duda una de las mejores películas del año.