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viernes, 16 de marzo de 2012

El tigre extinto que acecha

El primer gran acierto de The Hunter (“El cazador”, Australia, 2011), película de Daniel Nettheim, es recuperar para su historia el tilacino, también conocido como tigre de Tasmania, un marsupial carnívoro oficialmente extinto desde los años treintas.
Sin embargo, como lo sabe cualquier afecto a los documentales del National Geographic, hay testimonios de personas que aseguran haber visto este misterioso animal. A partir de la novela homónima de Julia Leight, The Hunter se aprovecha de esos rumores para construir una película de aventuras que echa mano además de polémicas ecologistas, lo cual da como resultado un filme en el cual las relaciones entre los personajes están cifradas por un misterioso animal tutelar cuya influencia es mayor de la que se cree.
Martin David (Willem Dafoe) es un cazador que recibe una encomienda de una poderosa  empresa: obtener los restos del último tilacino. Para ello se transporta a Tasmania, donde bajo otra identidad (se hace pasar por científico) tendrá que enfrentarse con el recelo de los lugareños, al mismo tiempo que se relaciona con un grupo de ambientalistas.
Desde las primeras escenas, cuando vemos los artículos de limpieza perfectamente alineados, sabemos que el personaje se distingue por su disciplina, la misma que le impide interesarse por los atractivos turísticos de la ciudad. O bien, el ritual de sus morosos baños de tina.
En Tasmania, el cazador, experto en arrebatar la vida, se verá en la encrucijada de tener que defenderla. Los leñadores del pueblo necesitan trabajar, pero los ecologistas no están de acuerdo con la tala del bosque, que protegen. Así, el protagonista llega a un pueblo tan hostil como dividido.
El animalismo, ideología actualmente muy poderosa, está detrás de buena parte de la película, con momentos de mera propaganda en favor de los jipis ambientalistas, en detrimento de los bárbaros que han cometido el pecado de ser leñadores, tan extravagantes que son afectos a comer. A pesar de eso, la historia apuesta por la redención en una escena definitiva por el enfrentamiento entre el cazador y una de sus presas.
El talento de Nettheim queda patente en una de las mejores escenas de la película, ambientada con la canción de Bruce Springsteen, “I’m on Fire”, con la dicha de la mujer, al final trastocada.
O bien, en la dirección de actores. Sorprende lo que el realizador ha logrado con la niña, Sass (Morgana Davies) la hija del explorador perdido, y su hermano, el niño mudo, Bike (Finn Woodlock), quienes protagonizan algunos de los mejores momentos. Así, The Hunter también es un drama acerca de la familia que se sueña feliz, acaso de una forma apenas ilusoria, como en ese día de campo.
Sin embargo, el tilacino no es un mero pretexto para darle trascendencia a un drama que no excluye la anécdota amorosa, con un pretendiente que trata a la mujer con abnegación.
Desde los dibujos infantiles, que decoran el muro, el tigre de Tasmania se revela como una figura capaz de intervenir en el destino de todos los personajes, aunque algunos de ellos simplemente desconozcan su existencia. Por el tilacino se mata y en él, señor del bosque, está la clave.
El tilacino de The Hunter se nos muestra así como un remedo de aquellos animales del paleolítico inmortalizados en las cavernas a manera de pinturas rupestres. Bestias veneradas como dioses, como explica el filósofo español Gustavo Bueno en su teoría de la religión.
De acuerdo con esa clasificación, The Hunter sería un caso de cine religioso primario, como ocurre en Tiburón (1975), de Steven Spielberg y El oso (1988), de Jean-Jacques Annaud. El animal es temido, venerado y también se busca su derrota.
Sin embargo, a diferencia de sus predecesoras, en The Hunter estamos ante el último tilacino, la especie de la cual todos hablan, un dios agonizante y que tiene entre sus buscadores a sus auténticos devotos. De lo mejor de 2011.

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