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sábado, 2 de junio de 2012

Belleza de trágico alquiler

La película francesa House of Tolerance, también conocida en Estados Unidos como House of Pleasures (el título en español no está todavía disponible), cuenta los detalles de la vida cotidiana de un grupo de jóvenes mujeres en un prostíbulo de lujo, L’Apollonide, en la Francia de finales del siglo XIX, una casa de tolerancia, de placeres, como se dice.
En la cinta, las mujeres de físico más diverso están ahí para ser las activas participantes de lo que parece ser una fiesta, una tertulia no de fin de semana sino de cada noche, para satisfacer hasta las fantasías más violentas, como queda demostrado en la terrible experiencia de una de ellas. Las jovencitas, alguna de dieciséis años, nunca se acuestan temprano, sino al amanecer, cuando todos los invitados se han ido.
Hay charlas, algunas banales, otras de índole “intelectual”, se diría, como cuando uno de los clientes alude al relato de ciencia ficción La guerra de los mundos, de HG Wells, publicado por aquellos años.
Así, hay un ambiente de decadencia en el cual se evoluciona de forma muy brusca de la perversión más inofensiva hasta los ambientes más degenerados, con la mujer expuesta como si fuera la extravagante pieza de un museo de contenido muy heterogéneo: desde la argelina Samira (Hafsia Herzi) hasta la que juega a ser una autómata.
Ya no se guarda exactamente el rizo de la caballera de una mujer sino algo parecido. O bien, hay un baño en champaña, suerte de ritual de película erótica pretendidamente subversiva y provocadora, para luego mostrar a la chica que se queja de que la piel le ha quedado pegajosa: el lado práctico, digamos, de la vida, está ahí para desenmascarar el pretendido aspecto sublime de ese erotismo caricaturesco, el baño en una bebida cara y el glamur.
El director, Bertrand Bonello, quien también es el guionista, construye un relato en el cual la apariencia y la verdad se confunden, porque las secuencias que podemos señalar como hechos se mezclan con sueños que a veces son premonitorios, para mayor coqueteo con la fantasía o una casualidad que llama a la consolidación de un cuento ambiguo.
De ahí que como música de fondo se use en un par de ocasiones música de los años sesentas: la canción “Bad Girl”, del cantante norteamericano de R&B Lee Moses; o bien “Nights in White Satin”, el gran éxito de la banda The Moody Blues, que las chicas bailan en una escena que se arriesga con el anacronismo: los personajes de finales del siglo XIX al parecer se mueven al ritmo de una balada de 1967. Algo similar a lo que ocurre en Malditos bastardos, de Tarantino, donde en la Francia de la II Guerra hay una escena musicalizada con una canción de David Bowie.
Además está el recurso de la pantalla dividida en cuatro ventanas, para saber lo que ocurre al mismo tiempo en varias partes de la casa de citas. O el recurso final, que no revelaremos, aunque tiene que ver, en una película al parecer cifrada con la fantasía, con el apunte social: L’Apollonide es un tipo de burdel que agoniza, para disputar su sitio con otra manera de entender la prostitución.
A Bonello se le acusa de hacer una apología de la prostitución, en ocasiones relacionada con el esclavismo, como de hecho se muestra en la película: la muchacha endeudada, que depende de la “protección” de una mujer madura, Marie France (Noémie Lvovsky) suerte de maestra de ceremonias y epítome de la elegancia, aunque la cinta también muestre su lado más mundano de comerciante.
Un movimiento de cámara, en particular, nos muestra un recorrido por las caras y los cuerpos de las chicas, quienes sonríen, entre la coquetería y el desafío, no se sabe bien, aunque luego escuchamos sus burlas. El director se embelesa con el físico de sus actrices, algo que desde luego tiene sus implicaciones. Sin embargo, lo que se atestigua es una forma de adentrarse en los problemas de un colectivo explotado que, no sin cierta ingenuidad, en ocasiones asume la prostitución como una apuesta por la libertad.
L’Apollonide (Souvenirs de la maison close), de 2011,  es una película que seguramente muchos describirán como “elegante” o “exquisita”. Más allá de la pertinencia de esos adjetivos, el erotismo tiene aquí una carga relacionada con la fugacidad de cierto tipo de belleza, con su fragilidad y por lo tanto con su lado trágico.

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