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domingo, 11 de agosto de 2013

Sombra alargada del exorcista

Los aficionados al gore seguramente aprobarán la nueva versión de Posesión infernal (Evil Dead, EUA, 2013), de Fede Álvarez, variante que se toma muchas libertades con respecto a la original de 1981 dirigida por Sam Raimi. Y tendrán razón: la película ostenta su importante cuota de sangre, mutilaciones y quemaduras de tercer grado, con unos efectos especiales que aportan aunque sea un poco de realismo ahí donde solo hay delirio, la enésima película de posesiones satánicas.
La historia de Posesión infernal es en extremo sencilla y en sentido estricto sus cimientos son idénticos a los de la comedia negra de terror sobrenatural que la inspiró: un grupo de jóvenes se refugia por unos días en una vieja cabaña en el campo, donde son acosados por unos hiperviolentos demonios del bosque.
La primera gran diferencia entre el original y la copia persigue la verosimilitud, de la cual la primera se desenfadaba con decisión: los jóvenes de la nueva versión están en la cabaña para acompañar a una de ellos, la drogadicta Mia (Jane Levy), en una más de sus ceremonias de supuesta desintoxicación.
El detalle no es gratuito: cuando el maligno se manifieste, bajo la forma de un doble, los amigos de Mia y su hermano David (Shiloh Fernandez) asumirán que lo que la joven dice haber visto (“¡Hay algo en el bosque!”) responde a las alucinaciones producto de su síndrome de abstinencia.    
Como se ve, la nueva versión persigue la verosimilitud a toda máquina y trata de imprimir una lógica al conjunto que, insistimos, en la de 1981 estaba por completo ausente con el mayor de los descaros, algo por lo que Raimi fue ungido en los sepulcros blanqueados del cine de culto.
A diferencia de su predecesora, el demonio de Álvarez responde a las imágenes judeocristianas al uso. El libro por medio del cual uno de los jóvenes invoca al espíritu tiene ilustraciones que prefiguran la historia y también explican cómo “solucionar” tanto lío. En cambio, Raimi no se detenía a dar ese tipo explicaciones, que luego resultan inútiles, porque al final en la cinta de Álvarez los jóvenes son poseídos sin apego a ninguna regla previamente establecida.
Los problemas de escritura del guión son evidentes. “Algo se quemó aquí”, dice uno de los personajes, y a continuación vemos la imagen de la chica poseída que, en las primeras escenas, efectivamente vimos arder. Un detalle de información innecesaria a menos que se piense que el espectador es tonto. ¿Lo es? 
O bien, la falta de inteligencia de los personajes, que a las primeras de cambio alteran lo que a todas luces parece ser la escena de un crimen. ¿Y quién se opone a esto? La loca a la cual nadie escucha, desde luego. Otras veces el guiño también es obvio pero no del todo gratuito: el cuchillo eléctrico que corta la pieza de carne y que prefigura los cuerpos rebanados por la sierra.
No podemos reprocharle a uno de los personajes que no sea supersticioso y que desobedezca la recomendación escrita en el libro: “Deja este libro”, dice claramente un mensaje escrito con letras rojas; tomar en cuenta la advertencia sería ceder a la posibilidad de la existencia del demonio. Pero, al fin y al cabo, lo que sí podemos decir es preguntar: ¿qué negocios tiene el personaje (profesor de secundaria, además) con un libro de brujería? ¿En manos de quién está la educación de los adolescentes norteamericanos?
El uruguayo Álvarez, que llamó la atención gracias a su corto de robots gigantes que destruían Montevideo, ¡Ataque de pánico! (2009), adopta con eficiencia los tics de cualquier empleado de la industria de Hollywood,  aunque las concesiones no ocultan su talento para las escenas de acción, sobre todo en la escena final, en la cual se usa un machete con toda la frialdad propia del caso; además, se homenajea al actor original de The Evil Dead con una famosa mezcla de mutilación y cierta prótesis muy célebre. Pero se extraña la combinación de humor negro y violencia que Álvarez mostró en su corto de 2005, El Cojonudo.
En resumen, con Posesión infernal no hay nada qué temer aunque sí mucho por lo que sentir repugnancia, lo cual va desde las escenas sangrientas hasta el hecho de que, por desgracia, se sitúa lejos del humor absurdo de la película que la inspiró, de la misma forma que no toma ninguna distancia del terror más oscurantista: la sombra de El exorcista es alargada. 
[Publicado originalmente en la edición impresa del semanario Primera Plana, 09.agosto.2013]

 

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